Capitulo 3: Hasta que el tiempo deje de transcurrir...

El viaje hasta el castillo del rey fue tranquilo.
Nos trasladamos en dos magníficos corceles que Sofía poseía en su hogar.

Habíamos entrenado tanto en la forma en que debíamos comportarnos, que ya Sofía parecía el nombre de alguna extraña...
Porque, tal y como ella había solicitado, yo le llamaba "Agustín" y ella me llamaba Nicolás... Extrañaba mi verdadero nombre... Erzengel.

Ni bien llegamos al castillo, Sofía-Agustín solicitó ver al rey, y siendo que pertenecía a una poderosa familia, su pedido fue aceptado en el momento.

Nos hicieron pasar a una amplia sala, amueblada majestuosamente. En el centro de la sala, dos tronos se erigían. En uno estaba sentado el rey Ainoa.
El rey era tan amado por sus súbditos que ya el reino completo llevaba su nombre, no por imposición, sino por propia elección del pueblo.

Junto al rey, una hermosísima joven le acompañaba sentada en otro trono... Selene. Así me dijo Sofía-Agustín que llamaba.
Selene...
Sus cabellos eran tan rubios como los trigales antes de la cosecha, y sus ojos azules como el profundo mar. Su rostro era de rasgos suaves. Todo en ella era perfecto... Como para no adorar a tan hermosa criatura.

Y observando a Selene, descubriendo cada detalle en ella, me enamoré... Algo que jamás creí posible...
Da vergüenza decirlo pero desde que la vi, ya nada importó. Incluso ni recuerdo mucho de lo que hice y viví en el castillo, sólo ella valía, ella era mi estrella...

Una de las memorias más vividas que tengo de aquella época es mi primer pelea con Sofía-Agustín.
Hacia un mes que estábamos en el castillo y habíamos quedado con el rey en dirigirnos a los campos de batalla junto con él, en la siguiente luna llena. Mientras tanto, yo disfrutaba de la compañía de Selene. Era realmente encantadora y sentía que los días no eran suficientemente extensos como para disfrutarlos con ella.

La última noche antes de ir a la guerra, luego de haber paseado por los bosques de la zona junto a Selene, regresé a la habitación que compartía con Sofía-Agustín.
No me di cuenta de lo furiosa que estaba hasta que cerré la puerta y la encontré sentada en su cama en plena oscuridad.

-¿Se puede saber que se te metió en la cabeza?- preguntó, molesta.
-¿Perdón?- respondi, sin entender de qué venía la cuestión.

Sofía me miraba de tal forma que parecía que iba a incendiar el lugar en cualquier momento.

-Sabes bien de lo que estoy hablando. Mañana nos vamos a los campos de batalla y desde que llegaste, te has pasado todos los días con la princesa, no entrenaste ni tuviste tiempo para mí...- explicó, tratando de no gritar.
-¿Es eso?... ¿Estás celosa porque no tuve tiempo para compartir contigo?...
-¿Celosa yo? ¿Qué te piensas? ¿Que me importa lo que hagas? Simplemente pensé que eras mi amigo... Hoy te necesité y no estuviste allí, para ayudarme. Pero está bien, ya lo solucioné sola...

Sofía se veía afligida, pero sólo fue por un momento, sin permitirse llorar delante mío, se calzó una máscara de despreocupación y se puso de pie, con rostro calmo.
-Te dejo para que descanses. Mañana será un largo día. Yo no tengo sueño- dijo con voz fría y monocorde y cerró la puerta con un leve chasquido.

Me pareció muy extraña su actitud.
Me di cuenta de que tenía razón, en todo el mes apenas si nos habíamos visto a la hora de la cena. Pero Sofía-Agustín cenaba con los otros soldados y yo lo hacia con el rey y la princesa, en la otra punta de la mesa.
Y ya luego, cuando regresábamos a los aposentos a descansar, para cuando yo llegaba ella ya estaba durmiendo...

Sofía tenía razón, no había pasado un momento con ella, había sido egoísta y estaba dejando de comportarme como un Ángel...
Salí en busca de Sofía en cuanto me percaté de la verdad de sus palabras.

Corrí por todo el castillo a oscuras, tratando de seguirle la pista. Al final, encontré a Sofía en la sala de entrenamientos. Un lugar donde las armas de todo tipo sobraban y estaban al alcance de cualquier soldado que quisiera practicar sin importar la hora ni el día.

Sofía estaba practicando movimientos con la espada. Lo hacía con tal precisión y fuerza, que realmente parecía hombre...

-Sofía...- le llamé. Ella no se dio vuelta ni reaccionó.
-Agustín-dije, entonces.
-¿Qué quieres?- respondió sin mirarme siquiera.
-Yo... quiero disculparme, he sido un completo idiota, tienes razón... me olvidé de todo por mirar a Selene...
-Vale...- dijo mi amiga, encogiendose de hombros.
-¿Qué pasó? Digo, que te pasó hoy, que necesitabas mi ayuda...

Sofía-Agustín suspiró y susurró:
-Gian, mi caballo... él se lastimó una pata y... hubo que sacrificarlo... no solo me duele haberle perdido, pues era mi mejor corcel, sino que también me preocupa ir mañana a la batalla con un nuevo caballo... lleva tiempo acostumbrarse a un nuevo animal...
-Oh... lo lamento mucho...- dije, abrazándola con cariño.
-Está bien. No hay problema- replicó Sofía... no le gustaba mostrarse débil en ningún momento.
Le miré lastimado ante la idea de que ya no confiara en mí como antes.
-Sólo espero que la próxima vez estés allí... para acompañarme....- dijo entonces ella, mirándome de reojo, mientras seguía practicando con la espada...
Yo sonreí, aliviado de ver que volvíamos a ser los mismos de siempre...

-Ahora, de veras, vete a dormir... debes descansar... yo no tengo sueño... quiero entrenar un poco más y así llegará el cansancio y podré dormir también un poco...- pidió Sofía.
-Si... iré a dormir... prometeme que dormirás algo, de veras... tú misma lo dijiste, mañana será un día largo...
-Lo prometo... ahora vete...- dijo, riendo.

Salí del cuarto de entrenamientos con una sonrisa en mi rostro...
Mañana sería un día muy importante... todo cambiaría...