Tenía por aquel entonces 16 años. 16 años cargados de esperanzas y sueños; creyendo, como sólo un adolescente a esa edad puede creer, que al crecer podría cambiar al mundo si me lo proponía.
Llegó entonces él a mi vida y, con sus palabras, esas ilusiones ante la realidad que me rodeaba y el futuro que anhelaba crecieron aún más.
"Antes del fin", enunciaba el título, de ese libro suyo que me llegó a empapar de su perspectiva...
"Quizás ayude a encontrar un sentido de trascendencia en este mundo plagado de horrores, de traiciones, de envidias; desamparos, torturas y genocidios. Pero también de pájaros que levantan mi ánimo cuando oigo sus cantos, al amanecer; o cuando mi vieja gatita viene a recostarse sobre mis rodillas; o cuando veo el color de las flores, a veces tan minúsculas que hay que observarlas desde muy cerca".
Sus palabras me hicieron sonreír y enternecen más de una vez. Llegué incluso a llorar por algunas de sus reflexiones.
Y daba orgullo... daba orgullo saber que era Argentino, como yo, que había luchado tanto por los derechos humanos y que poder sentir cómo se ganaba a sus lectores desde sus simples palabras.
En esos tiempos, no gozaba yo de la posibilidad de saborear el olor del papel y la tinta del que guardan los libros desde que nacen y que va madurando a medida que pasan los años. No, lo mío era simplemente un toco de fotocopias, un delito, como muchos más de una vez han mencionado, un delito al que te obligaban en la escuela si acaso no podías comprar el libro propiamente dicho.
Ese simple montón de hojas sostenidas por un débil gancho, igual escondían el valor y la sinceridad del genial autor.
Cuando egresé de la escuela secundaria, procuré conseguir otros libros en la biblioteca... "Sobre héroes y tumbas", "El túnel"... escondían, como él mismo había mencionado en "Antes del fin", rastros suyos, detalles de su personalidad, de sus sueños y sus perspectivas del mundo...
Al día de hoy, no tengo en mi biblioteca personal ningún libro suyo. Sólo guardo mi vieja fotocopia de "Antes del fin", garabateada, subrayada, mil veces leída y sentida.
Pero esa huella que grabó en mí, que me dio a creer que hacía bien al guardar esperanzas, aún permanece.
Hoy sé que no podré cambiar al mundo, al menos no sola... pero que, si todos colaboramos, si nos unimos, podemos hacer de éste, un mundo mejor.
A ese maestro de la pluma, a ese genio de las letras y la inspiración... a ese padre de tantas historias y libros. A él lo despedimos hoy, Dios lo guarde en su cielo de nubes blancas y bienestar completo.
Ernesto Sábato.
24 de junio de 1911 - 30 de abril de 2011
Después del fin... nada se pierde. Después del fin, los muertos viven en el recuerdo de los vivos. Después del fin, los escritores mantienen algo de sus almas aprisionadas en la eternidad de sus palabras plasmadas en el papel.
Hasta siempre, querido Sábato; hasta siempre.
Acabo de llegar a casa y me enteré que murió. ¡Qué triste! Igual ya era grande. Es una pena que se haya ido, pero es el ciclo de la vida. Es una vergüenza que todavía no haya leído nada de él. Así que pronto voy a buscar alguna de sus obras para leer.
ResponderEliminarBesos.
Lloramos a un hombre comprometido, un argentino que mantuvo sus convicciones, científico que trabajó en el Instituto Madame Courie, fue reconocido en el mundo y VOLVIÓ a su casa, su Hogar siempre fue Argentina.
ResponderEliminarGracias por proponer este homenaje.
http://enfugayremolino.blogspot.com/
Preciosa despedida y aun mas grande bienvenida a la eternidad de la memoria,yo desconocía de su presencia hasta el día de hoy ,y gracias de su parte,gracias de la mía,y decir tengo que las lagrimas que caen por mi cara te felicitan por tan bellas palabras.
ResponderEliminarTe envío un fuerte abrazo desde las sombras,hermana de las letras.
Una despedida inigualable, sentida y maravillosa....
ResponderEliminarQué descanse en paz.
Muchísimos besos mi Erze...
Kisses