Antes del caer al abismo
Nazco en la misma oscuridad del ser, cuando se ha llegado al límite mismo de toda tolerancia.
Mi creador dará vida, luego, a muchas más como yo. Pero soy la primera y por eso valgo un poco más. Que él haya tenido el coraje para insuflarme existencia, aún cuando se piense débil por el mismo motivo, lo hace más humano de lo que ya es.
Con gracia acrobática, me contorneo por el suelo donde camino con lentitud dolorosa. Yo sufro en concordancia con mi padre, gimo aunque nadie lo perciba, me arrastro con agonía destrozando mi propio cuerpo en el proceso.
¿Y qué si nada queda luego de mí? Quiero creer que él sentirá un poco más leves las cadenas que lo atan, o que será más fuerte para lograr su cometido.
Un estremecimiento me recorre por completo. Él está gritando, él está odiando este momento que lo afecta. Me ha visto, me ha sentido, piensa que no debería haber nacido. Más aún cuando no tolera pensarme viva, no es capaz de darme muerte.
En el espejo, formamos una pareja extraña. Él y yo, tan diferentes como somos y a la vez tan complementarios. La rudeza descansa en sus ojos oscuros, en sus rasgos marcados, en su piel que acumula ya algunas arrugas y demuestran que la edad lo afecta, aunque no tenga más de 30 años.
Yo, en cambio, soy efímera y fresca, sensible al máximo, incapaz de marcar fronteras a mi propio ser.
Alguien que se piensa frío e inquebrantable, como lo es él, se ha visto acorralado, luego de una serie de sucesos que no vienen al caso mencionar. Lo importante es que me originó, así, a mitad de la noche, pensando en quien no debería pensar, lamentando lo ocurrido… y aquí me tienen, cristalina, dejando un leve rastro de sal al andar, acercándome a mi fin inevitable.
Estoy en el borde mismo de mi existencia, sabiendo que muchas otras seguirán mis pasos. Él no se ha detenido, aún furioso como está por crearme, y ha ido generando nuevas hermanas que no llegarán a conocerme pero comprenderán que son las sucesoras, mis sucesoras.
Ya casi no me quedan fuerzas, pero alcanzo a sentirlo, puedo escucharlo. Él sostiene el teléfono entre sus manos, está marcando un número, está esperando a que lo atiendan.
―Perdón… no puedo tenerte lejos ―murmura gimiendo―. Perdóname, por favor.
No puedo evitar sonreír mientras él mismo curva sus labios alegre ante la respuesta que escucha atentamente.
Cierro los ojos, satisfecha. Lo poco que queda de mí cae al abismo. Habré de estamparme en su camisa de seda o en el sweater de bremer que con tanta gracia luce.
Caigo, la vorágine de los últimos instantes me atrapa. Alcanzo a escuchar su risa antes de impactar contra la tela y me entrego por completo a la muerte.
Puede que ahora él no me recuerde, ni piense siquiera en el momento en que me creó. Yo, sin embargo, puedo decir orgullosa que fui su primer lágrima, la primer lágrima que lloró por amor…
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Me ha resultado muy divertido jugar a ser lágrima... espero que a ustedes les haya gustado mi relato.
Hasta pronto!