Dictados del Corazón
A la sombra de un antiguo árbol, en el
inmenso parque que rodea la zona urbana, él espera el momento indicado. Hace
horas que se pasea por el lugar, observando en una u otra dirección, intentando
percibir el camino por el cual habrá de llegar su próxima tarea.
Se limita a imaginar los asesinatos como
simples misiones a cumplir. Hace milenios que ha despachado a un lado la
angustia y el dolor de saberse la causa de muerte de quien cae en sus manos.
Acude al punto señalado, arranca la vida de quien le han indicado y se va sin
detenerse a considerar las consecuencias. Siempre ha sido así, no se imagina
cambiando su manera de trabajar a estas alturas.
Suspira, algo ansioso ante el retraso que
su trabajo muestra.
Entonces, una sombra le anuncia la llegada
de su objetivo. El viento sopla levemente y le lleva cargado en una brisa un
dejo de perfume que muy bien conoce. Apretando los puños y anulando el
estremecimiento que amenaza con recorrer su cuerpo con dolorosa celeridad,
escucha con total claridad el eco de las pisadas que aquella desdichada alma da
sin pensar que serán las últimas.
Cuando la joven descubre su presencia y
sonríe sorprendida, él solo puede dar un paso atrás y echar a correr sin
permitir que se le acerque o salude siquiera. Sabe que ella se enojará, que se
sentirá herida por su reacción, pero más grave es quedarse allí y hacer su
trabajo. No puede lastimarla, de ninguna manera.
Lleva al menos cinco cuadras huyendo de
sus demonios cuando otra idea relampaguea en sus pensamientos y lo hace
detenerse en seco. Si él no cumple su tarea, alguien más irá a suplantarlo.
Abandonar a su novia se le figura entonces como otra forma de asegurarle la
muerte aunque no sea él mismo quien maneje el arma.
Suspira, peinándose los cabellos con las
manos y se lanza a la carrera nuevamente. Debe regresar a la plaza. Debe protegerla.
No entiende por qué la han marcado, por qué claman por su muerte, pero no puede
más que cuidar de su vida, aunque eso signifique sacrificarse en el intento.
Divisa ya los árboles del parque cuando
escucha el primer disparo. Dos, tres, cuatro en total. Cae de rodillas,
extenuado, y se permite ser débil, tan débil como nunca antes. Mientras su
rostro se cubre de lágrimas, se pone de pie y ruge, jurando cobrar venganza.
No ha podido ser asesino, como debía. Tampoco
ha sido capaz de salvar a la única mujer que sabía ver en él algo bueno y rescatable.
Será entonces su vengador y nadie podrá detenerlo…
[Proyecto que nace desde las ganas de continuar con Adictos aún cuando el grupo ya no esté trabajando de manera "oficial". El título lo eligió Cloe Uma y yo bauticé el de JlDurán. Pueden saber más dando clic aquí]
Nos leemos pronto!