El círculo dibujado en la tierra brillaba tenuemente. Miles de pequeños
trazos conformaban el diseño curvilíneo, un entramado mágico, milenario y
poderoso. Había sabiduría allí, incluso los simples humanos podían percibirlo.
El sello del suelo se iluminaba de manera intermitente.
Azul, verde, rojo, amarillo. Los colores se sucedían una y otra vez, a medida
que las letanías tomaban fuerza.
Sentados al borde mismo del diagrama, cuatro monjes
rezaban incansables. Ocultaban sus rostros tras las capuchas de sus hábitos y
sus manos se movían lenta, rítmicamente. Dibujaban y desdibujaban los trazos
del círculo, que adquiría más brillo en tanto sus voces se elevaban potentes.
Llevaban días así, cruzados de piernas, con los ojos cerrados
y un único anhelo.
Cuando el mal todo lo cubre y destroza a su paso la vida y el futuro de todos -sin diferenciar clase social, edad o raza-, entonces sólo queda la fe.
La fe… los monjes sabían que esto era lo último que
les quedaba. Si fallaban, los pueblos caerían víctimas de su error. No
importaba el dolor de sus cuerpos a causa de la postura incómoda, tampoco la
sangre que manaba de sus dedos allí donde la piel se había agrietado a causa de
ir y venir por el suelo. Sólo valía su tarea, debían despertar la fe. No tenían
otra alternativa.
Conocían el procedimiento, aún cuando el sello anterior
había sido abierto siglos atrás. Sabían que, de un momento a otro, podrían
verlo nacer. Por eso debían mantener los ojos cerrados. Sólo así, en la quietud
de sus pensamientos, serían capaces de observarlo y darle la vida que
precisaba.
Un destello brilló tenue, sutil, y los cuatro sabios
pudieron sentirlo a la vez. El ritmo de los ruegos cambió en ese momento,
mientras se internaban en la tarea de conferirle los rasgos que lo
caracterizarían.
Con cuidado, fueron trazando una a una las escamas.
Fuertes como el diamante, delicadas como pétalo de flor. Pequeños escudos que
ganarían su poder al unirse entre sí cubrirían todo el cuerpo. Ninguna flecha,
ninguna bala, podría atravesar aquella coraza.
Prosiguieron luego con la cabeza, cuello y cola, que
darían balance al enorme cuerpo que estaban diagramando. Fuertes músculos
permitirían un movimiento fluido, no habría humano o animal en el planeta capaz
de imitar sus acciones.
Garras y patas ocuparon su lugar. Conferirían a su
poseedor la posibilidad de desplazarse por el suelo con rapidez y maestría. A
pesar de su tamaño, sería increíblemente sigiloso y ante las miradas atentas,
pasaría desapercibido en las montañas donde el enemigo habitaba.
Las alas llegaron entonces. Sublimes y colosales, serían
capaces de elevar en vuelo a su dueño, generando fuertes ráfagas de viento
helado. Sería rey no sólo de la tierra, sino también del aire.
La fe debe cubrir todos los planos, superarlo todo, para vencer los miedos y ganar las batallas y guerras por venir.
Por último, en el centro de su pecho encendieron una
chispa de fuego divino. Fuego puro, capaz de salvar la vida de los inocentes y
darle muerte a los bárbaros.
Los monjes abandonaron por un instante sus ruegos y
analizaron con detenimiento la obra que habían creado. Era perfecta. Su fe era
perfecta y perfecto resultaba también su trabajo al dar vida a tan espectacular
ser.
Sólo restaba influirle el primer respiro y encomendarle
la misión por la cual lo habían creado. Eso les arrancaría su propia vida, más
su existencia se reducía en aquel momento a darle una oportunidad a las
generaciones futuras.
Habían visto ya demasiado dolor y sufrimiento. Sacrificarse
por el bien de todos era lo mejor que podían hacer.
Con voz grave, comenzaron a murmurar una única palabra…
“ffyd”.
Un rugido resonó en aquel escondido lugar y cuatro
cuerpos sin vida cayeron sobre el suelo. Flotando sobre los cadáveres surgió su
anhelo. Un magnifico dragón de piel tornasolada.
Ffyd, el último dragón de fuego mágico había despertado.
Lloró la muerte de sus creadores mientras se abría paso volando por lo alto.
Debía cumplir la tarea que le habían dado. Exterminaría al villano que
gobernaba el mundo, daría luz y esperanza a los humanos que habían clamado por
ayuda y jamás habían perdido la fe.
Los
poetas narrarían luego sus hazañas… más eso es parte de otra historia.
Nos leemos pronto!
Y que importante es la fe para todos. Un besazo.
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