Intentó elevar la mano, más la espada que cargaba le resultó demasiado peso y su brazo inerte golpeó sobre su muslo.
Por el rabillo del ojo comprobó que su hombro sangraba ferozmente y fue tal su orgullo que su mano, más allá del dolor punzante que le alcanzaba la espalda y parecía arrancarle piel y carne, aferró la espada para evitar que cayera al suelo.
No pensaba darse por vencido. No aún.
Primero arrebataría tantas vidas como le fuera posible.
Luego se entregaría a la muerte en manos de algún oponente digno.
Luego se entregaría a la muerte en manos de algún oponente digno.
Todavía le quedaba vida... al menos un resto que lo obligaba a continuar luchando e ir a por más.
Nos leemos pronto!
Fue algo extraño, pero me gustó. Como siempre, tu pluma me envuelve, Erze.
ResponderEliminarBesos.