La traición
Desvié la mirada al cielo y
contemplé las estrellas.
Estábamos en pleno océano, con la
noche cubriéndonos implacable y certera y sin modo alguno de pedir auxilio.
Anabelle paseaba entre el mundo
consciente y el de los delirios con una rapidez que me atemorizaba. Ora me
hablaba con lucidez y preocupación, ora recitaba una poesía sobre las aguas
profundas del mar.
Mi cuidado iba dirigido a saberla
flotando y despierta, no importaba si hablaba en latín y cantaba villancicos.
Debíamos ser pacientes, aguantar
hasta la llegada del día. Ninguno de los dos tenía fuerza suficiente para nadar
y tampoco sabíamos qué rumbo tomar. En medio de la nada misma, no contábamos
con brújula o mapa que sirviera de guía. Íbamos a la deriva y no veía muchas
posibilidades de sobrevivir.
Así y todo, confiaba en mi
hermano y rogaba para que sus pensamientos se iluminaran y le permitieran
recordar el dispositivo de GPS que cargaba en el único anillo de mi mano
izquierda. Si Xavier no intentaba buscarnos de ese modo, no teníamos forma de salvarnos.
Nadie se imaginaba dónde
estábamos, nadie podía pensar en dirigir sus pesquisas hacia alta mar… teníamos
las de perder y lo sabía bien. Pero no me importaba mi vida, solo quería salvar
a Anabelle. El resto, en verdad poco me interesaba.
Cerré los ojos y repasé los
últimos momentos antes de vernos sumergidos en el agua. Recuerdo el enojo de Xavier,
su furia al pensar que yo había recaído en mi vicio del juego y las apuestas,
su temor ante el secuestro de Anabelle. Él creía que todo se debía a una venganza
contra mí. No estaba muy lejos de la realidad, solo que no era como pensaba.
Puedo describir con lujo de
detalles mi carrera por la autopista directo hacia la dirección que marcaba la
nota de los secuestradores, mi temor acelerando mi respiración y empujando a mi
corazón a latir desbocado.
Tenían a Anabelle encadenada a
una pared de pintura raída y polvorienta, con una mordaza impidiéndole gritar o
expresarse de forma entendible. Una venda en los ojos le impedía ver a sus
agresores, más no la salvaba de sentir la sangre que manaba desde sus labios y
caía por el cuello y pecho. Seguramente la habían golpeado al ver que se
resistía a ser llevada por la fuerza. Anabelle era así, nunca aceptaba que la
obligaran a nada.
No hice reparo alguno cuando el
líder de la banda expuso su propuesta para liberar a la mujer que amaba.
“¿Cuánto la amas? ¿Renunciarías a todo para salvarla?”, cuestionó
ofreciendo varios papeles y un bolígrafo, “Entonces,
entrégame todas las acciones de tu empresa, has de cuenta que me las vendes a
cambio de la libertad de tu chica linda”.
Firmé sin leer siquiera lo que
decía el boleto de compra venta. Podía estar regalándome mi alma al mismísimo demonio
y no me habría importado. Quería saber a Anabelle a salvo y sin peligro de otro
suceso similar, aunque eso significara saberme en la bancarrota y pobreza
absoluta. Xavier me ayudaría, una vez de regreso en casa.
Entregué los papeles y el jefe de
los bandidos estalló en carcajadas.
“Eres idiota, chico, tan idiota…”, murmuró mientras chasqueaba sus
dedos y dos de sus subordinados se abalanzaban sobre mí.
La oscuridad se apoderó de mí y
reaccioné cuando mi cuerpo entró en contacto con el agua.
Era verano, pero así y todo, el
frío de la inmensidad líquida que nos rodeaba se palpaba dolorosamente en los
huesos. Con una mano me obligaba a
mantener el rostro fuera del agua, con la otra procuraba lo mismo con Anabelle.
Llegados a cierto punto, he de
admitir que incluso creí que enloquecería a causa de los esfuerzos que debía
hacer mi cuerpo para salvarse a sí mismo mientras procuraba cuidar de mi novia.
No entendía cómo todo había ocurrido tan pronto, no sabía explicar la conmoción
que sentía al analizar lo sucedido.
Habían estado a punto de matar a Anabelle, me
habían arrebatado todos mis logros materiales y nos habían lanzado a las aguas
oscuras del océano, más no nos habían asesinado de manera directa y eso me
dejaba algo confuso.
Las horas pasaron lentamente. Pude
comprobarlo observando el desplazamiento de las estrellas en el cielo. Cuando el
lucero se dejó ver, anunciando el alba, escuché el sonido características de
las aspas de un helicóptero cortando el aire que las rodea. Anabelle dormía
abrazada a mí, no había llorado ni se había mostrado ansiosa durante la espera
y yo había intentado mantener la compostura en todo momento. Seguramente la
habían drogado, no era normal verla así de tranquila en una situación como
aquella. Pero nada importaba entonces, salvo que la ayuda había llegado al fin.
Las fuerzas policiales nos
rescataron, cargándonos en el helicóptero y llevándonos directo al sanatorio
más cercano. Dormí tranquilo envuelto en las mantas térmicas que nos habían
dado para recuperar el calor que habíamos perdido durante tantas horas,
sabiendo que ellos cuidarían de nosotros y sin pensar en lo que vendría después.
Ya en la clínica, cuando Anabelle
estaba acostada en su cama y yo iba camino a ocupar mi habitación, ella abrió
los ojos y me hizo señas para que me acercara a su lado.
“Xavier planeó todo”, dijo con un hilo de voz, “Cuando revisen tus documentos, vendrán a decirte que los datos son
erróneos y no eres quien dice ser”.
La miré incrédulo, sin saber cómo
reaccionar a aquella sorpresiva revelación.
Ella agregó:
“Fíjate, ellos hablan nuestro idioma, pero no estamos en casa. Te acusarán
de robo de identidad y cuando intentes acercarte a Xavier, no podrás hacerlo. Él
ya debe de haber pagado a diestra y siniestra para conseguir su propósito”.
“¿A qué te refieres?”, pregunté con un hilo de voz.
“No sé qué le habrás hecho, pero se está cobrando tu falta de esta
manera. Escuché al jefe de la banda de secuestradores hablando con tu hermano
por teléfono. El plan nunca fue matarnos, solo dejarte vivir y hacerte sufrir
tanto como fuera posible”.
Asentí y suspiré mientras me
dejaba caer en la silla más cercana. Mi hermano era un tremendo idiota: yo no
podía sobrevivir sin Anabelle, lo demás era simple relleno y parecía que él no podía comprenderlo. Podía volver a
forjar un imperio, pero sin Anabelle, no me quedaba nada.
Sonreí, mientras veía cómo mi
novia caía en sueños. Ahora seríamos libres y podríamos comenzar de nuevo en
otro sitio, lejos de las intrigas y los temores. No necesitaba pensar en la traición
de mi único familiar vivo, saberlo lejos me bastaba. Solo me importaba Anabelle. Por ella Xavier había
actuado de manera tan ciega, porque yo la había conquistado aún sabiendo que él
también la amaba. Aunque ese secreto no merecía ver la luz jamás, como tampoco lo
haría mi antigua identidad.
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Les gustó? espero sus comentarios!
Me ha encantado!!! Cuánta intriga!!!
ResponderEliminarUn saludo!!
Erzengel: ¡Felicitaciones, que buena narrativa!
ResponderEliminarTu historia ha sido fluida y atrapante. Aprovechaste el poco espacio que nos permite este tipo de relatos ,para lanzarnos una aventura interesante de principio a fin.
Un abrazo: Doña Ku
Me ha gustado toda la historia, incluso puedes hacer la segunda parte. Tiene intriga, rapidez y me ha gustado. Un abrazo
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