Anna
Un paso y otro y otro más.
Sin darse cuenta estaba en el pasillo
caminando hacia la oscuridad como si acaso no pudiera resistir la tentación de
internarse en las penumbras.
Una voz clamaba su presencia. Un susurro
que poco se diferenciaba del silencio, pero que bastaba para llamar su
atención.
Anna estaba llamándolo y él no podía
perder esa oportunidad.
Sus pies se arrastraban presas del
cansancio que lo consumía desde hacía tiempo. Saber a Anna tan cerca lo
reconfortaba y le daba ánimos suficientes para seguir caminando a pesar de lo
extenuado que se sentía.
En la oscuridad plena, creía ver un brillo
a la distancia. Seguramente era Anna, que lo buscaba.
Un paso y otro y otro más.
Antes de darse cuenta, estaba tan cerca de
Anna que podía divisar su rostro pálido mirando hacia él sin verlo, con los
labios teñidos de rosa y ese perfume que tanto le gustaba en ella.
Emocionado, se lanzó a su encuentro y la
abrazó con todas sus fuerzas. Sorprendido, descubrió que Anna no le
correspondía al abrazo y, muy por el contrario, comenzaba a gritar intentando
zafarse de su agarre cariñoso.
Algo compungido, intentó hablarle,
explicarle que lo había hecho todo por ir a buscarla, que se había sacrificado
hasta los límites de la razón y que si estaba ahí en aquel instante era por
ella, solo por ella.
Anna hacía de cuenta que no le oía. Solo
gritaba pidiendo auxilio y poco tardó en tomar fuerzas y correr tan rápido como
le fue posible.
Un paso y otro y otro más.
Él la observó alejarse y sintió el pecho
partiéndosele en dos. No podía permitirse perderla de nuevo. No podía darse el
lujo de quedar solo y a la deriva sin su querida Anna. ¿Qué importa que ella ya
no perteneciera a su mundo? ¿Qué había de malo en romper algunas reglas para
garantizar su cercanía?
Haciendo acopio de sus últimas energías,
corrió tras ella. La alcanzó pocos instantes más tarde y la abrazó nuevamente
sin escuchar los gritos de la joven ni atender a su llanto.
En algún momento ella bajaría la guardia,
siempre lo hacía, y aceptaría escucharlo y lo perdonaría y aceptaría quedarse a
su lado. Estaba seguro, ella jamás le había hecho ningún tipo de daño, menos
aún sería capaz de partirle el corazón abandonándolo a su suerte.
Uno latido y otro y otro más.
Poco a poco, Anna dejó de forcejear y su
respiración se aplacó casi por completo.
Hubo un momento, cuando ya la vida la
abandonaba, que se regañó a sí misma por haber hecho aquel ritual. Amaba a
Javier con delirio puro y solo por eso había buscado la forma de contactarlo
para despedirse al menos, para verlo por última vez y aceptar su partida como
algo irremediable.
Nunca hubiera creído que su intento por
acallar el dolor de saberse viuda derivaría en su muerte en brazos del fantasma
de su difunto marido.
La sonrisa en el rostro de Javier la
perturbaba. Él no parecía entender la situación bajo ningún concepto.
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Nos leemos pronto!