Miró al horizonte y sonrió. La aurora aún
no daba indicio de su presencia.
—¿Estás segura? —cuestionó cerca suyo una
voz grave.
Volteó a mirar a su compañero y la sonrisa
creció en su rostro.
—Sí. Confío en que lo lograremos.
—Somos pocos. Estamos demasiado cerca de
la fortaleza principal.
Ella asintió.
—No nos esperan. Tampoco creen que
representemos una verdadera amenaza frente a sus imponentes ejércitos.
—Y por eso caerán, ¿verdad?
La muchacha río.
—Sí. Con la buenaventura de los Dioses de
nuestro lado, nuestros enemigos caerán al fin.
—Missa... espero de todo corazón que él
aún esté vivo.
—Jerome, deja de preocuparte. Tu hermano
está vivo, lo siento aquí —comentó señalándose el pecho, en el punto donde se
suponía que estaba su corazón protegido tras una coraza de huesos y músculos.
—Entonces, todos los sacrificios habrán
valido la pena —replicó el joven guerrero, mirando la espada que descansaba en
su mano derecha.
—Al amanecer, con el cambio de guardia,
atacaremos. Recuperaremos a Bastian y retomaremos el control del reino.
Jerome hizo una reverencia.
—Serías
el orgullo de tu padre, Princesa. Me alegra luchar a tu lado.
Missa suspiró, incómoda ante el cumplido.
—Sólo me interesa volver a vivir en un
lugar donde la paz impere sobre el pueblo y la tranquilidad sea algo por lo que
no debamos luchar.
—Haré todo lo que esté a mi alcance para
ayudarte.
—Gracias —dijo, volviendo la atención al
cielo—. Vamos, ya casi es hora.
Dando la espalda a la ciudadela que se erguía
cercana, ambos retornaron junto a la pequeña guardia que había seleccionado
tiempo atrás. Había llegado el momento de reclamar lo que les pertenecía y nada
ni nadie podría detenerlos.
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Nos leemos pronto!
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