Lo pensé mil veces.
Lo analicé desde varias perspectivas, imaginando diferentes escenarios y adivinando las preguntas y respuestas que surgirían llegado el momento.
En este punto, observando todo desde una distancia prudencial, puedo sonreír mientras escribo.
Sonreír y dar gracias.
Sí, de cuando en cuando, dejo escapar las lágrimas. Pero desde este lugar, son tantas las alegrías, tantos los buenos momentos, que lo demás no pesa ni mide.
Y es desde este mismo rincón de mis pensamientos, donde me he sentado tantas veces junto a tu recuerdo y he charlado contigo durante horas completas.
De la misma forma que antes, como nunca más lo haremos.
Quiero decirte que no sufro. O que ya me permití sufrir lo suficiente y ahora vivo rescatando las luces y olvidando las sombras.
Te extraño. Como nunca antes. Como siempre.
Y mientras, voy organizado planes para lograr todas esas metas que alguna vez te prometí.
Es complicado. No puede resumirse en pocas palabras la vida de alguien. Menos la de un amigo, convertido en hermano a base de cariño y momentos compartidos. Y eso eras: mi hermana. Te quiero y extraño de esa manera.
No vengo a hablar de lo mucho que me haces falta. Eso sería perder tiempo, porque ya lo sabemos sobradamente.
Sólo quiero decirte todo eso que estuve pensando. Palabras que han vagado por mis pensamientos, tomando orden y ganando peso.
Tenías razón. El mundo no se detuvo. Lo creí congelado, pero fue solo mi percepción algo lastimada.
La vida, o esta etapa de existencia -como prefieras llamarle- continúa. Y en ese proseguir de los senderos y caminos, he visto cómo ciertos sueños van logrando forma y cuerpo. Creo, aunque nunca me lo admitas, que sos en parte responsable de ellos y te doy las gracias de todo corazón.
Seré sincera contigo: la tristeza no se anula. Creo que jamás podrá borrarse. No me duele, tampoco la niego. Da muestra de lo mucho que me importabas y de cuánto te echo de menos.
Sin embargo, he aprendido a encontrar lo bueno en cada detalle. Recordar que uno puede caer tan abajo como se lo permita a sí mismo y levantarse luego, resurgiendo aún cuando nadie se lo espere.
A veces, por las noches, me hago un ovillo entre las sábanas y me pregunto qué tan diferente sería todo si siguieras aquí. ¿Qué locuras estaríamos planeando para el próximo reencuentro, qué libros me recomendarías leer y cuáles me dirías que no valen la pena?
El silencio me responde que no puedo atarte a mis angustias. El silencio te esconde, lo sé bien. Porque esas palabras son demasiado típicas de tu persona. Y de paso, ese mismo silencio, sonríe de costado y me dice bajito que puedo encontrarte en otras miradas, en otras voces y otros brazos.
Que no lo tenías todo planeado, pero que igual procuraste organizarlo.
Me presentaste a gente maravillosa. Me mostraste el valor de los buenos amigos y hasta me diste una segunda familia, sin darme cuenta de los finos hilos que ibas liberando y amarrando según creías mejor.
Es poderoso ese silencio, de mirada brillante como la tuya, porque dice tanto con tan poco, porque me recuerda que sigues estando, sólo debo saber dónde buscar.
Si pudiera tenerte un momento, si me dejaran verte y abrazarte una vez más de verdad, como ya lo he soñado tantas veces, te daría las gracias por ser mi amiga y hermana, te diría lo mucho que te quiero. Lo repetiría hasta escucharte regañarme por ello.
Ya lo soñé. Ya lo pensé. Ya lo imaginé mil veces.
Ya te lo dije en murmullos, en silencio, por escrito y hasta en verso.
Te extraño, amore. Aunque ya lo sabés.
Te quiero y recuerdo. Siempre.
A 4 meses, ¡todo parece tan reciente y tan lejano!
Hasta pronto, hermanita.
Nos mantendremos en contacto...