Tomó aire. Movió levemente los dedos de sus pies, saboreando la sensación de la arena tibia a esa hora de la tarde. Probó con su olfato el sabor de la atmósfera. El crepúsculo estaba marcando presencia y la sal en el aire era propia del paisaje.
Sonrió, mientras comenzaba a caminar en dirección al centro mismo de la bahía, dejando atrás la costa.
El agua se convirtió en una sólida superficie en aquellos puntos donde él apoyaba sus pies.
El blanco pantalón que llevaba puesto bailaba al ritmo del viento, más en el mar las olas estaban ausentes. Su torso desnudo mostraba un marcado bronceado, evidencia de sus largas horas bajo el sol.
Sus caderas se movieron a ritmo, siguiendo una melodía que nadie, excepto él mismo, podía escuchar. El agua se agitó levemente y surgió un primer sonido en el silencio que parecía reinar.
Su mano derecha se elevó marcando una coreografía serpenteante. Ya estaba en el centro mismo de la bahía, la costa se veía lejana desde su posición.
Varias columnas de agua se elevaron en distintos lugares, alcanzaron alturas infinitas y cayeron con fuerza. Al golpear el agua contra la superficie líquida, miles de diamantinas gotas relumbraron de color rojo, copiando el tono del cielo. Nuevas notas musicales cobraron vida.
La canción ya tenía forma y cuerpo...
La sonrisa en su rostro creció, mientras su mano izquierda danzaba copiando a su par. El cielo se tiñó de negro cuando las nubes acudieron a cubrir todo espacio posible.
Sus pies marcaron ritmo y las violentas luces de los relámpagos iluminaron la oscura escena. Los truenos, a continuación, acentuaron el sonido grave de la canción.
Bailando absorto en sus pensamientos, el agua se movía a un lado y otro, siguiéndolo, copiando sus pasos en la manera que podía, elevándose, cayendo, formando olas, estallando en extraños geiseres desde lo profundo de la bahía.
Parecía más bien un ser vivo, una criatura que cobraba fuerzas a medida que él, su rey y maestro, le instruía en el arte del movimiento.
En una danza milenaria, tan antigua como la noche de los tiempos, él realizaba una coreografía mil veces danzada, mil veces renovada.
Y en correspondencia, el agua se agitaba y contorsionadaba, formando espirales que se elevaban hasta las nubes, columnas de diversos grosores que caían magníficas para volver a nacer instantáneamente...
Un compás de silencio detuvo el baile sorpresivamente. Él carcajeó, divertido, y golpeó sus palmas con fuerza. La tormenta estalló entonces, dando lugar a la continuación de la música, y la danza del líquido se reanudó, junto con la de su instructor.
Cada gota de lluvia que se estrellaba contra las aguas de la bahía era otro diamante más que se perdía en el mar... otro fluido diamante que conformaría luego algunas de las columnas que se elevaban y caían, o estaría tal vez en las olas que amenazan con elevarse imponentes pero abandonaban sus intentos antes de tomar cuerpo siquiera.
En su insustancial cuerpo, el líquido adquiría extrañas formas y generaba en conjunto una imagen única y magnífica.
Él aún estaba en el centro de la bahía, saltando, girando, bailando sobre las aguas que sólo a sus pies eran firmes y a la vez flexibles.
Un nuevo movimiento de sus brazos y cadera, una contorsión completamente irreproducible, dio paso a que las nubes formaran grupos y comenzaran a alejarse. La lluvia se trasladaba con ellas, al igual que los relámpagos y truenos.
Las columnas espiraladas de líquido azul adquirieron mayor velocidad, cayendo luego drásticamente y estallando en brillantes gotas contra la superficie para luego integrarse al cuerpo mayor de agua.
Él bailaba ahora una danza mas lenta, con pasos pausados y suaves. Hasta que, siguiendo la tranquilidad que había adquirido la melodía del agua, él se detuvo respirando entrecortadamente.
Suspiró, mirando al cielo.
Una vez más, una sonrisa brillante iluminó su rostro. En estos momentos, las lluvias debían de estar llegando a lejanas tierras sedientas de agua y vida.
A paso tranquilo regresó a la playa y se detuvo un momento a observar las aguas de la bahía que descansaban luego de la danza cristalina que habían experimentado.
Aquo, el Dios del Agua, dio por concluido su trabajo del día.
Con su cuerpo empapado, con finos hilos de agua cayendo por su piel y ropas, el Dios emprendió el regreso a su hogar, allí dónde nadie lo encontraría...
Debía descansar, recuperar fuerzas. Al día siguiente, regresaría a la bahía y bailaría una vez más, como cada noche de su vida desde tiempos inmemorables, gozaría de moverse al ritmo de las aguas y cumpliría su tarea como Dios que era.
Mientras, el murmullo del agua, tranquila y serena, parecía cantar una nana de cuna.