No recuerda haberse sumergido. No hay registros en su memoria de haberse lanzado a esas frías aguas que ahora lo aprisionan.
Da igual si fueron minutos o siglos. El cansancio va ganando terreno, la fatiga envuelve su cuerpo y le arranca las pocas energías que le quedan.
Siente los pulmones a punto de estallar. Una fuerza superior lo domina, le impide liberarse y llegar al límite entre el líquido y el aire.
Sube un poco, aún cuando invisibles cadenas aprietan fuerte sus piernas, sus manos alcanzan a romper la frontera entre espacios y puede probar el sabor del viento en la punta de sus dedos, antes de ser arrastrado al fondo con ferocidad arrasadora.
Parpadea lenta, muy lentamente. La última porción de aire escapa entre sus labios en deformadas burbujas.
La luz se va apagando. El agua todo lo cubre.
Un lecho de algas hará las veces de tumba... Nadie sabrá qué ha sucedido.
El mar tenía hambre. El mar devoró una vida. El mar duerme tranquilo ahora, hasta que el apetito renazca y otro infeliz se convierta en la cena.
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Relato inspirado en la genial música de Nuttin But Stringz: