Las aguas se abrieron furiosas
con la luna como único testigo. Parsimoniosamente Poseidón emergió de entre las
olas caminando, apoyado en dos piernas que le resultaban extrañas y ajenas. Llevaba
bajo el mar al menos tres milenios y se había acostumbrado tanto a su aspecto
como tritón que recuperar su cuerpo original le causaba escozor.
Y allí estaba él, de espalda
ancha y estrecha cintura, mostrando músculos que parecían esculpidos por los
dioses -algo irónico dada su naturaleza sobrenatural- moviendo sus caderas de
manera rítmica, un verdadero adonis de carne y hueso, alguien que podría tener
a cualquier mujer a su alcance, aunque aquella idea no tenía lugar en sus
pensamientos en aquel momento. Atrás habían quedado su larga cabellera rubia y
su espesa barba, un peinado corto apenas dejaba adivinar las ondas del pelo y
sus mejillas mostraban el indicio de una barba pronta a nacer, pero demorándose
más de la cuenta.
El Dios de las Aguas, hijo de
Cronos y Rea y hermano de Zeus y Hades, solo tenía una razón posible para verse
obligado a abandonar su reino y adentrarse
en el mundo humano: Sheirán, la última sirena viva, había robado el Talismán de
los Océanos, la gema que tenía el poder de convertir a simples mujeres en
sirenas, con el fin de generar un ejército cuantioso y declararle la guerra.
Sepultados estaban los días de
la Rebelión Sirénida, cuando el Dios del Mar dio muerte a las sublevadas y
dictaminó la persecución y caza de las sobrevivientes. Sheirán era la última,
la única, y se las había ingeniado para ingresar a su castillo y robar su mayor
tesoro.
Ahora, Poseidón no tenía más alternativa
que salir a buscar a la sirena, quitarle el talismán y asesinarla.
Apretando los puños en un intento
claro de contener su enojo para el instante propicio, el Soberano Dios bufó por
lo bajo. Su rostro, de rasgos suaves y curvilíneos, parecía endurecer más y más
las líneas de expresión a medida que alcanzaba la costa. Su mirada de un característico
y profundo color verde, recorría la playa que se extendía al frente, buscando
las huellas que Sheirán debía de haber dejado al salir en busca de un escondite
donde guarecerse.
Podía percibir el aroma de la
sirena y sentir su presencia, aún cuando no tuviera a la vista rastro alguno de
aquella criatura que había osado robarle tan importante tesoro. Estaba cerca,
lo sabía. Pronto todo terminaría.
Mientras tanto, en la base de su
cintura, un fino entramado de color turquesa con detalles en blanco y negro
marcó presencia de manera casi imperceptible. Era la manera con que el mar le
recordaba su deber como rey y soberano de las aguas oceánicas. Si al cabo de un
mes, cuando el tatuaje se hubiera delineado por completo tomando la forma de
feroces olas trepándole por la espalda, Poseidón no regresaba a su castillo,
las aguas se elevarían de forma catastrófica y sepultarían el mundo conocido,
destruyendo la civilización actual y dando pie al fin de la existencia humana
en el planeta.
Tenía un mes. Un mes para ubicar
a Sheirán, para hacerse con el talismán y garantizar el equilibrio de los mundos
terrestre y acuático. Pero algo le hacía
dudar. En lo profundo de su ser, podía jurar que las cosas no resultarían
sencillas ni serían como lo imaginaba. En breve lo descubriría…
Relato inspirado en Chaiyya Chaiyya, de Dil Se. No sé por qué, pero esta canción siempre me hace pensar en el mar...
Nos leemos pronto!