domingo, 27 de octubre de 2013

Especial Fanfic: Un relato de espadas.

Kyoga contempló a su oponente y rugió por la bajo. Con el rostro cubierto y una katana entre las manos, el otro guerrero lo incitaba a pelear.
No quería perder más tiempo ni gastar energías de forma innecesaria. Su hermano lo esperaba en alguna oscura celda, sufriendo torturas innombrables y padeciendo por revelarse contra el imperio de los androides.
Y así y todo, Kyoga no tenía más opción que luchar contra el hombre que le cortaba paso por el único camino posible para llegar hasta Shogu.

Pensando en las muchas horas de entrenamiento y las enseñanzas recibidas durante años, Kyoga se lanzó a la pelea. Había enfrentado ya a varios androides y los había destruido con poco esfuerzo, pero atacar a un humano y darle muerte, eso era algo muy distinto. 
Cuando el rival esquivó su primer estocada y le devolvió el golpe con un visteo directo al pecho, Kyoga supo que la cuestión era sencilla: la vida de su contrincante o la propia. Así resultaría la batalla y no había alternativas.

Elevó el brazo, sujetando la espalda con total naturalidad. Había llegado a un punto de su vida en la cual el arma parecía parte de su propio cuerpo. Movió el hombro, dibujando un semicírculo en el aire y el filo de la espada cortó el aire con un agudo chillido que daba aviso de la furia que llevaba dentro. 
Kyoga guardaba noches de agonía, de temores por su hermano, de pesadillas sobre la pérdida de su padre. De una vez y por todas, debía liberarse y aquel oponente que suponía el último paso antes de llegar a Shogu, era una oportunidad única para lograrlo.

Como si ambos luchadores estuvieran generando una danza ancestral, saltaron a la par, con sus espadas dirigidas hacia el otro, a la espera de generar el mayor daño posible. Kyoga logró girar a tiempo y recibir el ataque sobre el brazo izquierdo. Su rival, en cambio, sintió el filo metálico recorriéndole pecho y abdomen. En la ceguera de la batalla y con el fin de lastimar a Kyoga, el otro dejó la guardia baja y padeció el fallo por completo.

Con la katana aferrada a su mano derecha, con la sorpresa escondida bajo la máscara que calzaba, el delirio reclamó venganza y el malherido guerrero siguió el instinto de volver a elevar su arma contra Kyoga. El muchacho, por su lado, intentaba no atender al dolor y la sangre que nacían de su brazo afectado, mientras apretaba la empuñadura de la espada y aguardaba el movimiento de su contrincante.

Hubo un instante, cuando Kyoga contempló a su oponente yendo hacia él sin dudas ni dilaciones. 
Hubo un momento, cuando el guerrero movió la espada y apuntó directo al corazón de su rival. Y la certeza de haber cometido el mayor de lo errores golpeó la consciencia de Kyoga con tal fuerza, que el joven cayó de rodillas junto a su moribundo adversario.
Temblando, le quitó la máscara solo para ser testigo del último respiro del guerrero. Y aquel rostro cubierto de sudor y lágrimas le era tan conocido, tan terriblemente conocido, que el llanto rompió en él al tiempo que gritaba el nombre de Shogu con furia y desesperación.

Un estremecimiento sacudió a Kyoga y se sintió caer sin nada que lo atara a la vida. El sobresalto lo obligó a despertar y descubrirse solo y angustiado a causa de la pesadilla que había sufrido.
Intentó decirse a sí mismo que solo era un sueño, que su hermano estaba vivo y esperando su llegada. Más el temor estaba instaurado y la intuición le decía que nada bueno saldría de la empresa que se había propuesto cumplir.


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Relato nacido luego de leer Leyendas de Mhoires.
Pueden leer la reseña del libro AQUÍ.
Dedicado especialmente a Nico Pinto, excelente compañero de letras y buen amigo y crítico, que me ha hecho desear formar parte del mundo que ha creado en su libro y me ha vuelto a enamorar de las leyendas bien contadas. 

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