jueves, 23 de enero de 2014

Esas cosas que el tiempo no aplaca

Una vez más llego a ese punto donde puedo cerrar los ojos y sentir el pasado como algo palpable y todavía actual.
La nostalgia hace de las suyas. Me sabe débil, vulnerable al extremo.
No puedo evitarlo. Es tiempo ya.

La vida continúa, pero el pasado persiste. Los recuerdos de nuestros seres queridos se mantienen intactos y las ausencias se perciben y duelen de manera constante.
Me han dicho mil veces que el tiempo lo cura todo. No creo que los dolores se aplaquen, simplemente se aprende a coexistir con ellos y a dejarlos en un segundo plano donde no molesten tanto.

Sin embargo, siempre que la vida me acerca a determinados cruces de sendero, el dolor gana fuerza y se hace evidente. Grita, ruge, se hace sentir en cada fibra de mi cuerpo.
No importa si han pasado algunos meses o años. El dolor se mantiene dormido, aletargado esperando el momento justo. He aprendido a saborearlo. A sonreír incluso en medio del llanto.
Tanta angustia sólo da muestra del valor que tuvieron esas personas en mi vida. Tanto dolor me recuerda lo mucho que quise y lo mucho que me quisieron. 

Y no se van... ni el dolor, ni los recuerdos, ni la esencia de aquellos ángeles que conocí y aprecié.
Todo queda. Resaltan a fuerza las memorias de tiempos mejores, las risas, los momentos compartidos y las amistades formadas. El dolor es reflejo de todo lo que hubo, lo que existió en cierto momento y ya no está.

Estoy en ese punto donde miro hacia el costado y extraño ciertas compañías. Donde compruebo que, físicamente, me hace falta la presencia de esas amigas que la vida supo darme.
Extraño a leO, incluso cuando ella haya ganado sus alas hace 4 años.
Extraño a Annie, aunque lleve 2 meses paseando entre nubes.
Siempre espero ver nuevos mensajes suyos. Siempre anhelo reencontrarme con ellas al menos por un momento.

Sólo puedo valorar lo vivido y abrazar el recuerdo del cariño que me dieron.
Sonreiré, porque ambas esperarían algo así de mí, y las dejaré ir. Dejaré que la angustia vuelva a dormir y el dolor se aplaque en ese plano donde queda dominado por mi día a día.
La memoria de sus existencias y del efecto que tuvieron en mí se mantendrá reluciente y nada podrá opacarla. Cada tanto, me descubriré en un punto muy similar a este y me permitiré llorar, extrañar, gritar por sus ausencias. Luego, me haré de fuerzas pensando en vivir mi vida valorando las de ellas.

El momento se va y el punto se vuelve solo un paso en el sendero.
Suspiro, evitando mirar atrás.
El camino se abre ante mis pasos. Como si el dolor no existiera. Como si mis amigas estuvieran todavía conmigo. En verdad lo están, aunque no las vea. Las presiento. Cada instante nuevo de vida es una muestra de su compañía.

Tomo aire y sigo. Es tiempo ya.




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Nos leemos pronto!

2 comentarios :

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