Observo el cielo lleno de estrellas
y me dejo llevar por el murmullo del mar.
Me he imaginado tantas veces en este
lugar, en este punto de mi vida, hablándote de mis nuevos sueños y escuchándote
animarme a seguir esos anhelos sin dudas ni titubeos. Las sonrisas, los
regaños, todo sería válido y aceptable si viniera de ti.
Sólo me queda eso. Imaginar. El mar
sabe muy bien la tristeza que llevo a cuestas. Sabe que no cargo con la
angustia todos los días, sino que la entierro y desentierro de manera
periódica.
No habrías tolerado mi llanto
continuo, por eso encontré el modo de aceptar tu distancia. Cada mes, durante
veintinueve días llevo la vida de siempre, o procuro hacerlo. Es muy difícil
vivir alegrías y no poder compartirlas contigo. Y los malos momentos parecen
pesar más, porque no estás para acompañarme.
Veintinueve días, entonces, vivo
como si estuvieras acá y hasta llego a escribirte mails, con la terrible
creencia de que vas a responderme. Pero el último día, cuando se cumple el mes,
regreso hasta donde dejé escondida mi tristeza y la libero sin culpa.
Lloro, dejo que la nostalgia me
domine, leo algún libro que me recomendaste hace tiempo o releo tus mensajes y
comentarios en el blog. Trato de buscarte, de rastrear tu paso por mi vida,
porque no me resigno a tomar como un hecho real tu partida.
Cuando el día va terminando,
entierro nuevamente la tristeza, ya devenida en agonía atroz, y trato de
dejarla tan profundo como me sea posible. El ciclo comienza de nuevo con mi
regreso a la cotidianeidad de creerte conmigo, aunque no te vea ni escuche ni
sienta como desearía.
Sé que esto que hago no debe de
parecerte buena idea. También sé que lo aceptarías pensando que a la larga,
aprenderé a vivir la situación de otra manera. Yo también lo creo. Pero aunque
aprenda a no sufrir tanto, voy a seguir extrañándote. Es imposible no hacerlo.
Ya pasó un año, Annie. Te nos fuiste
hace un año. Y no, el tiempo no ayudó en absoluto. Sólo permitió que quienes te
conocimos descubriéramos diversas formas de aceptar tu partida.
Muchos de tus consejos se
concretaron, tus proyectos han seguido con vida en otras manos, y hay sueños a
los que nos animamos porque sabemos que, de tenerte aquí, nos impulsarías a
seguirlos sin dudarlo.
Un año, amore. Con Huellas de Tinta
aprendiendo a vivir sin tu dirección. Con un grupo de amigos que se siente
familia. Con distancias que no se sienten porque la tecnología vuelve todo
posible.
Un año. Sin tu presencia física. Sin
tus charlas. Sin muffins. Sin humor ácido.
Y el mar sigue con su vaivén típico,
recordándome que la vida continúa más allá de todo. Como vos siempre decías,
preparándonos para algo que jamás vamos a aceptar.
Te extraño, amore. Tanto o más que
antes. Te extraño, siempre. Y te quiero todavía más. Gracias por las huellas
que dejaste en cada corazón que conociste. Gracias por las estrellas que nos
enseñaste a observar y valorar.
Siempre presente, amore. Siempre! |
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Nos leemos pronto!
Hermoso. No creo que ya haya pasado un año.
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